domingo, 20 de noviembre de 2011

Esto es un cuento que me impresionó cuando lo leí.
Se titula "3.716" y todavía lo sigo recordando.
Es de un tipo al que le tenía gran amistad y, que perdí
la huella.
Él se llama MANUEL ALVAREZ de Morcín (Asturias):



3.716



Las peleas entre Roberto y Clara, siempre acababan de la misma forma: Roberto salía de casa dando un fuerte portazo y se dirigía a algún club de alterne donde, entre copas y conversación, dejaba evaporarse su mal humor y, algunas veces, acababa acostándose con alguna chica. Pero aquella noche el ambiente no le gustó nada pues la mayoría de las chicas eran rusas, aclarando que, para Roberto eran rusas todas las procedentes de los países del este europeo, todas ellas de rubios cabellos y con ojos copiados del color del cielo, pero que era difícil hablar con ellas, toda vez que apenas chapurreaban una docena de palabras: "Si cariño", "¿Me invitas a una copa?", y muy poco más.
A Roberto le gustaban las sudamericanas, con su hablar dulzón, cariñoso y comprensivo, pero ya se sabe que el día en que las cosas están torcidas nada sale bien y, precisamente aquel día, ¡vaya casualidad!, ni una sola argentina para contarle sus penas a cambio de consuelo y apoyo. Eso sí, las copas se mantenían siempre llenas, pero eso no significaba ningún problema para él pues era un buen ingeniero que gozaba de un magnífico sueldo y en su casa no pasaban ninguna dificultad económica, pues Clara pertenecía a una clase acomodada.
La falta de conversación fue sustituida por una copa tras otra, mientras pensaba en la forma de reconciliarse con Clara, así es que, cuando abandonó el local la noche le recibió burlona, engañándole en sus pasos y haciendo que estos fueran inseguros y desiguales. Tras ardua pelea con las llaves, consiguió poner el coche en marcha pero, aunque a esas horas de la noche la carretera estaba tranquila y apenas circulaba algún que otro noctámbulo, lo cierto es que los pocos automóviles que se cruzaban con él, le incrustaban su luz en el mismo cerebro.
- ¡Lo que me faltaba! – exclamó al ver un control de alcoholemia situado ya a pocos metros.
Pero esto no le inquietó demasiado, pues contaba con la ventaja de conocer perfectamente el terreno, ya que había nacido y se había criado a menos de dos kilómetros del lugar. Así que, dispuesto a burlar el control, apretó con fuerza su zapato contra el acelerador y el potente automóvil salió disparado ante la sorpresa de la guardia civil y, en el mínimo tiempo que éstos necesitaron para reaccionar, ya estaba escondido en un recóndito camino, el mismo camino donde había dado sus primeros besos a María cuando ambos regresaban de la escuela.
Sumido en este recuerdo, notó que una alegre música flotaba en el ambiente, por lo que, deseoso de captarla plenamente, bajó la ventanilla y escuchó con atención. Efectivamente, muy cerca de donde él se encontraba se estaba celebrando una fiesta que, a juzgar por el alboroto y las risas, parecía estar muy concurrida y animada.
De pronto recordó que era el día en que se celebraba la fiesta de San Juan de Mata y que esta era, precisamente, la razón por la que había discutido con Clara, ya que ella no había querido volver al pueblo donde él había nacido, ni siquiera en sus fiestas patronales. Así que, aunque solamente fuera por molestar a Clara, se apeó del coche y dirigió sus pasos hacia el lugar donde se estaba celebrando la fiesta, observando que la firmeza había retornado a sus piernas que ahora caminaban con decisión.
Experimentó una gran alegría al reconocer a Rosa, que estaba detrás de la barra del bar, pues esta mujer siempre había sido tan buena y servicial para todos como una auténtica madre.
Roberto estaba loco de contento, pues todos le saludaban cariñosamente y querían invitarle mientras le hablaban de viejos recuerdos que volvían a su mente y le llenaban de felicidad. Esta llegó al máximo cuando vio a María, que estaba igual que cuando en su juventud se enamoró de ella. En aquel momento reconoció sin lugar a dudas que María había sido el gran amor de su vida pero, en aquellos tiempos él era más ambicioso y el hecho de casarse con Clara significaba llegar a una clase social que colmaba sus sueños de grandeza.
En el transcurso de la fiesta sortearon un cordero que, paradojas de la vida, fue a tocarle precisamente a él, que vivía en la ciudad. ¡Como para ocurrírsele soltarlo por el jardín!. ¿Cómo se pondría Clara?. Se volvería histérica y seguramente él y el cordero deberían abandonar la casa definitivamente. Así que pensó que lo dejaría en Bueño pues, su casa y sus fincas aun estaban en buen estado. De esta forma podría seguir viniendo a su pueblo natal, vería con frecuencia a María y el resto de vecinos y todo volvería a ser como antes de hermoso.
Con la mirada, Roberto recorrió toda la fiesta y pensó que, a muchos de los presentes los había dado por muertos y que, incluso, le había parecido haber visto la esquela de alguno en el periódico. Meditando este hecho, llegó a la conclusión de que, cuando pasas mucho tiempo sin ver a algún amigo o vecino, llegas a pensar que ha muerto.
En aquel momento la orquesta comenzó a tocar su canción favorita, que era también la de María, así que amarró el cordero a uno de los postes y se fue a invitar a María a bailar y observó con satisfacción que ella, sin decir nada, se dejaba abrazar como si llevara años esperando ese momento.
Al acabar el baile, la organización anunció un nuevo sorteo. El afortunado podría vivir para siempre en Bueño, no tendría que trabajar más y se garantizaba su felicidad para siempre en el pueblo, siempre que aceptara el premio. Cuando resultó premiado el número tres mil setecientos dieciséis, a Roberto le resultó familiar y, además, notó que toda la gente le miraba, mientras aún sostenía a María entre sus brazos. Sin soltar del todo a la muchacha, miró su papeleta y comprobó que, efectivamente, era la suya la premiada y durante un instante pensó en Clara y en su vida actual pero, definitivamente decidió que aceptaría el premio.
El número es 3716, repitió el guardia civil a su compañero que redactaba el informe, mientras comentaban lo difícil que resulta algunas veces el comportamiento de algunas personas ante las señales de alto en un control de alcoholemia. En este caso, el conductor decidió acelerar a fondo y el coche salió disparado, saltó la valla y cayó por el precipicio mientras se incendiaba. Cuando, por fin y tras la intervención de los bomberos, consiguieron sofocar el incendio, comprobaron que en su interior viajaba una sola persona que había quedado completamente carbonizada.
Tan solo parte de una placa de matrícula se había salvado del incendio, por haberse desprendido al saltar la valla y en ella se podía leer claramente el número 3716.


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