viernes, 23 de diciembre de 2011

PAN Y AMOR ( de August Strindberg)

Bueno, dentro de que me gusta hacer traducciones sobretodo del inglés, aquí les traigo una que acabo de hacer. Es que he descubierto un libro de cuentos breves (Great Short Stories of the World) y me estoy entreteniendo en traducir varios cuentos de diversos países. Hoy empezamos por este que les pongo más abajo. Otro día traeré otro.





Suecia
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AUGUST STRINDBERG
(1849 – 1912)




Nacido en una familia pobre y humilde, August Strindberg es una de las figuras más celebres de la literatura moderna europea. Trabajó en varios oficios durante su juventud, y fue escritor de obras de teatro, novelas, y trabajos científicos y filológicos, así como cuentos. Fue uno de los primeros innovadores del movimiento Naturalista moderno. Sus poderosos estudios sobre la vida contemporánea son intensas interpretaciones psicológicas personales de la sociedad respecto a su propia y peculiar filosofía.
Pan y Amor es la típica obra Strindbergiana por su cinismo. La siguiente traducción anónima, fue publicada en esta colección de Breves Cuentos Clásicos, Copyright, 1907, por P.F. Collier & Hijo, con cuyo permiso se re-imprime aquí.



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PAN Y AMOR




Cuando el joven Gustaf Falk, el ayudante del consejero, realizó su petición matrimonial de la mano de Louise a su padre, la primera cuestión del anciano caballero fue: “¿Cuánto gana usted?”
“Algo menos de cien coronas al mes. Pero Louise—”
“No me importa lo demás,” interrumpió el futuro suegro de Falk; “no gana bastante.”
“¡Oh, pero Louise y yo nos amamos! Estamos seguros.”
“Es probable. De todos modos, déjeme hacerle una pregunta: ¿Mil doscientos al año es la suma total con la que cuenta?”
“En primer lugar nos hemos informado en Lidingö.”
“¿Tiene algo más a parte de su sueldo en el gobierno?” persistía el padre de Louise.
“Bueno, si, creo que tendremos suficiente. Y además, ya ve, nuestro cariño—”
“Si, exacto; pero deberíamos ver unas cifras más.”
“Oh,” dijo el entusiasta pretendiente, “¡Puedo ganar algo más haciendo trabajos extras!”
“¿Qué clase de trabajos? ¿Y cuánto más?”
“Puedo dar lecciones de francés, y traducir. Y puedo corregir textos.”
“¿Cuánto por traducción?” inquirió el viejo, lápiz en mano.
“No puedo decirlo exactamente, pero hasta ahora estoy traduciendo un libro francés a diez coronas por hoja.”
“¿Cuántas hojas en total?”
“Un par de docenas, yo diría.”
“Muy bien. Pongamos unas doscientas cincuenta coronas. ¿Y, qué más?”
“Oh, no sé. No estoy muy seguro.”
“¿Qué, no está seguro, y pretende casarse? ¡Parece que tiene unas nociones muy raras sobre el matrimonio, jovencito! ¿Se da cuenta si hay niños, y que tendrá que alimentarles y vestirles, y educarles?”
“Pero,” objetó Falk, “los niños no van a venir tan pronto. Y nosotros nos amamos tanto, que—”
“Que seguramente no habéis hablado de la llegada de los niños.” Entonces, con aire compasivo, se volvió hacia Louise:
“Supongo que los dos queréis casaros, y no me cabe duda de que estáis de verdad enamorados. Y parece, a pesar de todo, que tengo que dar mi consentimiento. Sólo haga buen uso del tiempo que está comprometido con Louise para tratar de conseguir aumentar sus ingresos.”
El joven Falk se llenó de alegría al oír esta frase, y sin pensarlo dos veces besó la mano del anciano. ¡Cielos, qué feliz estaba—y su Louise, también! ¡Qué orgullosos se sentían la primera vez que salieron juntos a pasear cogidos del brazo, y radiantes, como todo el mundo podía notar, por la felicidad de estar prometidos!
Todas las tardes venía a verla, trayéndose consigo los textos que había prometido corregir. Todo esto le causó una buenísima impresión a papá, y el laborioso joven se ganaba el beso de su prometida. Pero una tarde fueron al teatro, por cambiar de aires, y volvieron a casa en carroza, el coste del entretenimiento vespertino sumaba diez coronas. Y, a las pocas tardes, en lugar de dar lecciones, llamó a la joven mujer de la casa para dar con ella un pequeño paseo.
A medida que la fecha de la boda se iba acercando, se pusieron a pensar en hacer las compras necesarias para amueblar el piso. Compraron dos camas preciosas de nogal auténtico, con colchones llenos de muelles y unos suaves edredones. Louise quería uno azul, puesto que ella era rubia. Por supuesto, también hicieron una visita a la casa de los proveedores, donde eligieron una lámpara en tono rojo, una preciosa estatua de Venus de porcelana, una mesa de servicio completa con sus cuchillos, los tenedores, y una hermosa cristalería. Para escoger los utensilios de cocina, fueron aconsejados y ayudados por mamá. Era un tiempo muy ajetreado para el ayudante del consejero—corriendo para encontrar una casa, el cuidado del personal, atender que todos los muebles llegaban, firmar o no los cheques.
Entre tanto era perfectamente natural que Gustaf no pudiera ganar nada extra. Pero una vez que estuvieran casados seguramente lo haría. Intentaron ser más económicos— para empezar sólo un par de habitaciones. De todos modos, puedes amueblar mejor un apartamento pequeño que uno grande. Así que compraron el apartamento del primer piso por seiscientas coronas, que consistía en dos habitaciones, cocina y despensa. Al principio Louise decía que prefería tres habitaciones y en un piso superior. ¿Pero, después de todo, qué importaba mientras los dos siguieran enamorados?
Por fin se amueblaron las habitaciones. El dormitorio parecía un santuario, las camas dispuestas lado a lado como carrozas que siguieran su rumbo a lo largo de la vida. Las colchas azules, las sábanas blancas como la nieve, y las almohadas bordadas primorosamente con las iniciales de los jóvenes entrelazadas, todo tenía una luminosidad y una agradable apariencia. Había un biombo alto y elegante sólo de uso exclusivo de Louise, cuyo piano—que costó mil doscientas coronas—ocupaba la otra sala, que servía de cuarto de estar, comedor, y estudio en uno. Aquí, además, se ubicaba el buró y la mesa-comedor, con las sillas a juego; un gran espejo con marco dorado, un sofá, y una estantería añadida para generar ese ambiente de confort y comodidad.
La ceremonia de la boda tuvo lugar un sábado por la noche, y al día siguiente, el domingo por la mañana, la feliz pareja siguió durmiendo hasta muy tarde. Gustaf fue el primero que se levantó. Aunque el brillo de la luz del día asomaba por entre las persianas, no las abrió, si no que encendió la lámpara de color rojo, la cual proyectaba un misterioso brillo rosado sobre la Venus de porcelana. La preciosa mujercita reposaba lánguida y satisfecha; había dormido bien, y no se había despertado—puesto que era domingo—por el temprano retumbar de los carros del mercado. Las campanas de la iglesia comenzaron a repicar jubilosamente, como si celebraran la creación del hombre y la mujer.
Louise se dio la vuelta, mientras Gustaf se fue tras del biombo a ponerse algo. Salió a la cocina a pedir la comida. ¡Cómo brillaba el cobre nuevo, y los utensilios de estaño relucían y deslumbraban! Y todo era suyo—suyo y de ella. Dijo al cocinero que fuera al restaurante de al lado, y solicitara les enviaran el almuerzo. El dueño ya lo sabía; había recibido todas las instrucciones habidas y por haber el día anterior. Todo lo que necesitaba era recordar que ese momento había llegado.
Acto seguido, el recién casado volvió al dormitorio y llamó con suavidad: “¿Puedo pasar?”
Un sobresalto se escuchó. Y luego: “No, querido; ¡dame un minuto!”
Gustaf se recuesta sobre la mesa. Mientras tanto el almuerzo llega del restaurante, los platos nuevos, los cuchillos y los vasos van sobrepuestos sobre un paño limpio de lino blanco. El ramo de novia se coloca al lado de Louise. En el momento que ella entra en la habitación, tapada con su bata de mañana, da gracias por los rayos de sol. Todavía sigue un poco cansada, así que él la acerca hasta el sillón, y lo empuja hacia la mesa. Una o dos gotas de licor la animan; un bocadito de caviar estimula su apetito. ¡Qué diría mamá si viera a su hijita bebiendo licores! Pero esa es la ventaja de estar casada, ya ves; puedes hacer lo que te plazca.
El joven esposo mira atentamente a su bella prometida. ¡Qué hermosura! Por supuesto que había tenido muy buenos almuerzos anteriormente, sobretodo en sus días de bachiller; pero ¿qué comodidad y satisfacción se derivaba de todos ellos? Ninguna. Así lo veía mientras degustaba un plato de ostras y un vaso de cerveza. ¡Qué majaderos son aquellos bachilleres, sin casarse! ¡Y qué egoístas! Deberían ponerles unos impuestos, como a los perros. Ella no es tan severa, insta a la suavidad y la dulzura puesto que aquellos hombres eligieron el celibato y son sujetos de compasión. No cabe duda que si pudieran casarse, lo harían—piensa ella. Gustaf sentía una pequeña punzada en el corazón. Seguramente la felicidad no se puede medir con dinero. No, no; pero, pero—Bueno, no importa, pronto habrá trabajo, y todo irá como la seda. Ahora mismo está este delicioso asado de codorniz con salsa de arándanos esperándonos, y el Burgundia. Estos lujos, junto con estas delicadas alcachofas, causan en la joven esposa una alarma repentina, y tímidamente le pregunta a Gustaf si pueden permitirse tal desembolso. Pero Gustaf escancia más vino en la copa de su pequeña Louise, tranquilizándola y suavizando estos miedos infundados. “Un día es un día,”dice; “y la gente debe divertirse cuando puede. ¡Ah, qué bonita es la vida!”
A las seis una elegante carroza, con dos caballos, se detiene delante de la puerta, y la pareja de novios van a dar una vuelta. Louise está encantada a medida que ruedan junto al parque, reclinada y confortable, mientras se encuentran con conocidos a pie, que les saludan, atónitos y muertos de envidia, inclinando la cabeza. Deben pensar, el ayudante del consejero ha jugado un buen partido; ha conseguido una chica con dinero. Y ellos, pobrecillos, les toca ir andando. ¡Qué agradable es moverse, sin cansarse, recostado en estos suaves almohadones! Es el símbolo de la encantadora vida matrimonial.
El primer mes fue uno de los goces más incesantes—bailes, fiestas, comidas, cenas, teatros. ¡Incluso, el tiempo que pasaban en casa fue el mejor de todos! Era una sensación tan deliciosa salir con Louise fuera de casa, de la de sus padres, por la noche, cuando hacían lo que querían bajo su propio techo. Al llegar al piso, prepararían un poco de cena, y se sentarían cómodamente, charlando hasta altas horas. Gustaf todo era de economía—la teoría, es un decir. Un día la joven esposa y la ama de llaves quisieron ahumar salmón con patatas cocidas. ¡Cómo le gustaba! Pero Gustaf puso objeciones, y cuando llegó el día del salmón ahumado, él volvió a pedir un par de perdices. Esto le costó en el mercado una corona, exultante por el espléndido negocio, lo cual Louise no aprobaba. Una vez ella había comprado un par por menos dinero. Además el juego de comer era una extravagancia. Sin embargo, un asunto tan trivial no debería crear desacuerdos.
Al cabo de un par de meses, Louise Falk se iba volviendo extrañamente indispuesta. ¿Se había constipado? ¿O tal vez se había envenenado con el metal de los utensilios de cocina? El médico al que avisaron, simplemente se rió, y dijo que todo estaba perfecto—un singular diagnóstico, para estar seguro, cuando la joven señora se encontraba gravemente enferma. Quizás hubiera arsénico en el papel de las paredes. Falk llevó a un científico para que hiciera un análisis cuidadoso. El informe del especialista concluyó que el empapelado estaba libre de cualquier sustancia maligna.
La enfermedad de su esposa no se aplacaba, Gustaf se puso a investigar por su propia cuenta, y sus estudios en un libro de medicina dieron por resultado una certeza sobre su dolencia. Tomó baños calientes para los pies, y en un mes su estado se declaró más prometedor. Fue repentino—mucho antes de lo que esperaban; ¡Qué bonito es ser papá y mamá! Por supuesto el bebé debía ser chico—sin duda alguna; y uno debe de pensar qué nombre hay que ponerle. Entretanto, Louise condujo a su marido a un lado, y le recordó que desde su casamiento él no había ganado nada que aumentara su salario, lo cual probaba que estaba lejos de ser suficiente. Bueno, era cierto que habían vivido bastante a lo grande, pero ahora se realizaría un cambio, ¡y todo sería mejor!
Al día siguiente el ayudante del consejero fue a ver a su buen amigo el abogado, con la solicitud de endosar un pagaré. Esto le permitiría pedir el dinero que necesitase para cubrir ciertos gastos que serían inevitables—como le aclaró a su amigo. “Si,” convino el hombre de leyes, “casarse y sacar adelante una familia es un asunto caro. Yo nunca he sido capaz de afrontarlo.”
Falk se sentía muy avergonzado por insistir en su petición, y cuando volvió a casa, con las manos vacías, fue recibido con la noticia de que dos extraños habían estado allí, y habían preguntado por él. Debían ser tenientes del ejército, pensó Gustaf, amigos pertenecientes al acuartelamiento del Fuerte Vaxholm. No, le dijeron, no podían ser tenientes; eran tipos más mayores. Ah, entonces serían dos que conociera en Upsala; seguro que se enteraron de lo de su matrimonio, y habían venido a visitarle. Pero fue el criado el único que dijo que no eran de Upsala, si no que eran holmienses , y llevaban bastones. Misterioso—mucho; pero sin duda, volverían.
Entonces el joven marido fue a hacer la compra de nuevo. Trajo fresas—de oferta, por supuesto.
“Fantástico,” exclamó triunfal a su señora, “¡Una bandeja de fresones por una corona y media, y en esta época!”
“¡Oh, pero Gustaf, querido, no nos podemos permitir estas cosas!”
“No te preocupes querida; me he comprometido con un trabajo extra.”
“¿Y qué pasa con nuestras deudas?”
“¿Deudas? Porqué, voy a realizar un gran préstamo, y les pagaré de inmediato.”
“Ah,” objetó Louise, “¿pero esta minucia significa una deuda más?”
“No importa. Será un respiro, ya sabes. ¿Por qué discutir de cosas desagradables? ¿Qué capital son las fresas, eh, mi amor? ¿No crees que una copa de jerez iría bien después de las fresas?”
A lo que mandaron al criado a por una botella de vino—el mejor, naturalmente.
Cuando la esposa de Falk se despertó aquel día de su siesta en el sofá, en tono de disculpa volvió al asunto de la deuda. No quería que se enfadara por lo que le iba a decir. ¿Enfadarse? No, por supuesto que no. ¿Qué pasaba? ¿Necesitaba dinero para la casa? Louise comentó:
“No se ha pagado al tendero, el carnicero nos ha amenazado, y el cochero también insiste en su paga.”
“¿Eso es todo?” respondió el ayudante del consejero. “Ya se les pagará—mañana—hasta el último centavo. Pero pensemos en otra cosa. ¿Te gustaría salir a dar una vuelta por el parque? ¿Sin necesidad de ir en la carroza? Muy bien, entonces, hay un tranvía; lo cogeremos hasta allí.”
Así llegaron hasta el parque, y comieron en una salita privada del Restaurante Alhambra. Fue muy divertido, porque los del comedor público pensaban que era un exceso de una joven pareja de enamorados. Esta idea le divertía a Gustaf, aunque Louise parecía un poquito deprimida, especialmente cuando vio la factura. Se podían haber dado una comilona en casa por ese dineral.
Los meses pasan, y ahora se plantea la necesidad de una preparación real—una cuna, ropa de bebé, etcétera.
Falk no tiene tiempo para ganar dinero. El cochero y el tendero se niegan a nuevos créditos, ellos también tienen familias que alimentar. ¡Maldito materialismo!
Tarde o temprano llega el día de los acontecimientos. Gustaf tiene que contratar a una enfermera, y mientras sostiene a su hija recién nacida en brazos, le llaman para que pacifique a sus acreedores. Las recientes responsabilidades pesan y mucho sobre su cabeza; casi se viene abajo por la presión. Consigue, ciertamente, hacer alguna traducción, pero ¿cómo va a realizar el trabajo cuando en cada ida y vuelta está obligado a hacer recados? Con este estado de ánimo solicita ayuda a su suegro. El viejo le recibe fríamente:
“Esta vez te ayudaré, pero nunca más. Tengo poco para mí y tu no tienes para mi única niñita.”
Las exquisiteces se deben proporcionar a la madre, a la gallina y al buen vino. Y hay que pagar a la enfermera.
Afortunadamente, la esposa de Falk se recupera pronto. Vuelve a ser como una niña, con una esbelta figura. Su palidez es bastante acusada. El padre de Louise habla seriamente con su yerno:
“Y ahora, no más niños, a no ser que quieras arruinarte del todo.”
Por un breve espacio la familia del joven Falk siguió viviendo de amor y de deudas crecientes. Pero un día la quiebra llamó a su puerta. El embargo de todos los enseres de la casa estaba amenazado. Entonces el anciano señor vino y se llevó a Louise y a su niña, y mientras se marchaban en una carroza, él tuvo la amarga reflexión de que había prestado su niña a un jovencito, el cual la había dado la espalda después de un año, deshonrado. Louise desearía haberse quedado con Gustaf, pero no había nada con qué subsistir. Él se quedó atrás, mirando como los administradores—aquellos de los bastones—despojaban el piso de todo, muebles, dormitorios, vajillas, cubiertos, utensilios de cocina, hasta que se quedó arrancada de todo.
Ahora empezaba la vida real para Gustaf. Se las arregló para conseguir una posición como corrector en un periódico que se publicaba por las mañanas, de manera que le tocaba trabajar varias horas en su despacho todas las noches. Mientras no hubiera sido declarado en bancarrota, se le permitía mantener su puesto al servicio del gobierno, aunque podía tener la seguridad de que no iba a promocionar. Su suegro hizo algunas concesiones para consentirle ver los domingos a su esposa y a la niña, pero no se le permitía quedarse solo con ellas. Cuando salía, por la tarde, para ir a la oficina del periódico, le acompañaban hasta la puerta, y se marchaba en la más absoluta desgracia. Quizás le llevase veinte años pagar todos sus préstamos. Y luego—si, ¿luego qué? ¿Podría mantener a su mujer y a su hija? No, probablemente no. Y si, entre tanto, su suegro muriese le dejarían sin casa. Por eso tenía que estar agradecido del duro corazón del anciano que cruelmente les había separado.
Ah, si, ¡La vida en sí es dura y cruel! Las bestias del campo encuentran alimento con facilidad, mientras que, de todos los seres creados, el hombre es el único que tiene que trabajar y volver a trabajar. Es una vergüenza, si, es una verdadera vergüenza, puesto que en la vida a nadie le regalan las perdices y las fresas.














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martes, 13 de diciembre de 2011

¡¡¡¡QUÉ COSAS TIENE MI NOVIA!!!!



¡¡¡QUÉ COSAS TIENE MI NOVIA!!!!


La chica que a mí me gusta se llama MARISA y me gustaría hablar un poco de ella.

Me encanta mirar su fotografía, es rubia, de pelo liso, con gafas, no es muy alta, a mí me llega por el hombro. Tiene voz de pito, jaja, me río porque no la gusta que se lo diga, pero sé que ella también se ríe.

Tampoco es de esas que tienen mucho pecho, al contrario, ella dice que tiene poco, pero a mí me da igual, con que tenga algo a lo que asomarse, vale, jajaj.

A mí lo que más me gusta es su culo. Tiene un culete que cuando pones la mano encima, parece que estás tocando una bola de cristal. Vamos que si lo frotas mucho igual sale un genio y puedes pedir un deseo. Bueno, vamos a dejar de jugar a ver si se la va a escapar un tortazo. Porque también da tortazos. Pero son suaves y luego te pide perdón. Yo me suelo hacer el herido y que me ha dolido mucho. Me doy la vuelta y no quiero mirarla. Ella me busca la cara para darme un besito, pero me hago de rogar.

Eso si, cuando ya veo que va a desistir, me descubro para que me bese. Y pongo el moflete cerquita de sus morros para que no tenga que empinarse. Cierro los ojos y espero el ósculo que cura todas las dolencias. ¡¡¡Muuuuaakkkk!!! Uuuufff señores, si antes tenía el carrillo colorado por la torta, ahora lo tengo colorado por el pedazo de beso que me da. Si estuvieran los de NATIONAL GEOGRAPHIC con una cámara de esas de alta resolución, se verían corazoncitos chiquititos explotando entre sus labios y esa parte de mi cara.

¡¡¡Aaaaaaahhh!!! Joooer, y entonces yo suspiro y la miro complacido. Parece como si ella me hubiera dado el beso que la tenía que dar yo a la princesa para que se despertara, jaja, lo que ocurre que al ser ella la que me lo da, en vez de despertarme, me hace soñar. Y voy como un bobo medio dormido hacia ella para que me vuelva a dar otro.

Jajaj, si me ven, parezco un perrito con la lengua fuera y babeando, jajaj. Y va y me pone las manos en las orejas y me dice: ¬¡Cierra los ojos!

Cierro los ojos, y pongo los morros en forma de "u", me imagino que soy la SOYUZ rusa que va a ensamblarse con la APOLO estadunidense. Incluso en mi cabecita se oye el ¬ummmmmmm, y como si hubiera astronautas hablando en inglés-. Y me besa dos o tres veces seguidas, como si la fuerza de atracción provocara alguna resistencia.

En ese momento la cojo por la cintura. La abrazo muy fuerte contra mí y... bufffff.

Bueno, ya se imaginan.


COMUNERO

domingo, 11 de diciembre de 2011

GRACIOSO

GRACIOSO



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Encuesta realizada a niños de 2º y 3º año de primaria.


Estas fueron algunas de las respuestas más graciosas.


¿Quién es el jefe en tu casa?
1. Mi mamá no quiere ser jefe pero tiene que serlo porque mi papá es chistoso.
2. Mi mamá. Lo sabes por la inspección de mi cuarto. Ella ve hasta lo que hay debajo de mi cama.
3. Creo que mi mamá, pero solo porque ella tiene más cosas que hacer que mi papá.

¿Por qué hizo Dios a las Madres?
1. Porque son las únicas que saben dónde están las cosas en la casa.
2. Principalmente para limpiar la casa.
3. Para ayudarnos cuando estábamos naciendo.
4. Para que nos quisieran.

¿Cómo hizo Dios a las Madres?
1. Usó tierra, como lo hizo para todos los demás.
2. Con magia además de súper poderes y mezclar todo muy bien.
3. Dios hizo a mi mamá así como me hizo a mí, solo que usó partes más grandes.
4. Yo creo que tardó mucho en hacerlas, pues mi papá dice que a veces las mujeres son muy complicadas.

¿Qué ingredientes usó?
1. Dios hizo a las madres de nubes y pelo de ángel y todo lo bueno en este mundo y una pizca de malo.
2. Tuvo que empezar con huesos de hombres y después creo que usó cuerda, principalmente.
3. Yo creo que con muchas flores ...

¿Por qué Dios te dio a tu mamá en vez de otra mamá?
1. Porque somos parientes.
2. Porque Dios sabía que ella me quería más a mí que otras mamás que me quisieran.
3. Porque nos parecemos mucho.


¿Qué clase de niña era tu mamá?
1. Mi mamá siempre ha sido mi mamá y nada de esas cosas.
2. No se porque no estaba yo allí, pero creo que ha de haber sido muy mandona.
3. Dicen que antes era muy linda.

¿Qué necesitaba saber tu mamá de tu papá antes de casarse con él?
1. Su apellido.
2. Si quería casarse con ella.
3. Pues... si tiene trabajo y si le gusta ir de compras.

¿Por qué se casó tu mamá con tu papá?
1. Porque mi papá hace el mejor spaghetti en el mundo y mi mamá come mucho.
2. Porque ya se estaba haciendo vieja.
3. Mi abuela dice que porque no se puso su gorra para pensar.
4. Para poder ser la mamá de la casa.

¿Cuál es la diferencia entre las mamás y los papás?
1. Las mamás trabajan en el trabajo y en la casa y los papás solo van al trabajo.
2. Las mamás saben hablar con las maestras sin asustarlas.
3. Los papás son más altos y fuertes, pero las mamás tienen el verdadero poder porque a ellas les tienes que pedir permiso cuando quieres quedarte a dormir en casa de un amigo.
4. Las mamás tienen magia porque ellas te hacen sentir bien sin medicina.

¿Qué hace tu mamá en su tiempo libre?
1. Las mamás no tienen tiempo libre.
2. Si lo oyes de ella, paga cuentas TODO el día...
3. Creo que... trabajar.

¿Qué haría a tu mamá perfecta?
1. Por adentro ya es perfecta, pero afuera creo que un poco de cirugía plástica.
2. Que no me regañara tanto y que me dejara ver más tele.
3. Si supiera jugar fútbol...

¿Si pudieras cambiar algo de tu mamá, que sería?
1. Tiene esa cosa rara de pedirme que siempre limpie mi cuarto. Eso le quitaría.
2. Haría a mi mamá más inteligente, así sabría que mi hermano me pegó primero y no yo.
3. Me gustaría que desaparecieran esos ojos invisibles que tiene atrás de su cabeza.


¿DE DÓNDE ERES?