domingo, 6 de junio de 2010

LA VERDADERA FÓRMULA DEL AMOR

La verdadera fórmula del Amor(De un blog titulado REFLEXIONES)

Haciendo limpieza entre mis papelotes redescubrí un artículo que me mandaron hace tiempo en uno de los varios boletines que recibo mensualmente, si en su día decidí imprimirlo es porque me resulto interesante, y hoy, que vuelvo a releerlo me lo sigue pareciendo, razón por la que me decido a compartirlo con todos vosotros. El tema del amor otra vez en mi blog, no podía ser de otra manera. Explica el artículo que para vivir un amor completo y verdadero se deben dar tres premisas: intimidad, pasión y compromiso, y que si uno de ellos faltara, habiendo combinaciones de dos de ellas o de sólo una, entonces ya no es verdadero amor. Pero lo curioso de esta fórmula es que las combinaciones que se pueden dar explican muy bien la situación en la que nos hallamos muchos de nosotros, pues no creo que sean demasiados, más bien deben ser minoría, los que en su relación de pareja encuentren intimidad, pasión y compromiso, al menos no durante un período de tiempo largo, pero es que cuando uno se casa se supone que es para toda la vida. Quizá habría que definir un poco que es cada cosa: cuando decimos intimidad nos referimos a abrir nuestra alma con toda su luz de sentimientos, ideas e ilusiones, algo que requiere confianza total; la pasión viene dada por un enamoramiento renovado y alegre que ve en el otro cosas tan bellas que no puede evitar entregarse y desear fundirse en el acto sexual con él o ella; el compromiso es un sentimiento de responsabilidad voluntario y respeto que te lleva a querer compartir la vida con el otro, a cuidarlo y ayudarlo en todo. Quien tenga todo esto ya puede darse con un canto en los dientes, le ha tocado el gordo de la lotería. Pero la realidad suele ser menos ?Ideal? ¿verdad? Y es entonces cuando empiezan las combinaciones: si sólo hay intimidad eso es cariño; si tenemos intimidad y pasión es una aventura romántica; si lo que hay es intimidad y compromiso entonces se es compañeros; sólo compromiso es el más absoluto vacío; compromiso y pasión dan como resultado un amor esporádico; y cuando sólo hay pasión es una relación obsesiva llena de celos por lo posesiva que es. Como dice la canción: el que tenga un amor que lo cuide, que lo cuide, y los demás? seguiremos cojeando por la vida, con más o menos suerte, con más o menos amor, pero viviéndola que es de lo que se trata ¿o no?

jueves, 18 de marzo de 2010

SUFRIDORES

Ver un partido del Atlético es como ver la final de un mundial.
Tu te sientas y piensas "¿Qué harán hoy?". Y te abres una cerveza, una bolsa de pipas y miras el movimiento del balón.

Los jugadores que corren, corren con todas sus ganas. Son máquinas que quieren dominar la situación. Chocan, caen, regañan con el árbitro, Se llevan una tarjeta, no hacen ni caso.

Sigues mirando y te ríes. ¿Cómo puede ser que no hayan metido ese gol? O ¿Cómo puede ser que lo pierdan cuando no hay ningún defensa detrás? Menos mal que tenemos al portero. Si, menos mal.

Y es que el portero es de lo más inverosímil. Te hace unas paradas que no las hace nadie. Se enfrenta a los delanteros como si fuera un muro. Y sin embargo, en una falta tonta, de esas que un niño de la escuela tira, se queda mirando el balón como si fuera la puesta de sol, y lo deja correr sin hacer nada.

¡¡¡Gooooool!!! De los contrarios. Sudores. Maldiciones. La defensa que no vale para nada. Anda que la delantera... Madre mía, que metan uno, solo uno. Un golito por el amor de Dios.

Y van pasando los minutos. Y van pasando las oportunidades. Y ves que los contrarios se hacen dueños de la situación. Y éstos mirando el balón y sin saber si lo que hay que hacer es meter un gol o esperar a que no lo metan los otros.

Y cuando faltan tres o cuatro minutos para que termine el partido y ya están en los minutos de descuento, zas, el primer gol del Atlético. ¡¡¡Gooool!!! No te lo crees. ¡¡¡Goooool!!! Parece un espejismo pero es cierto, el letrero luminoso de la parte alta del graderío resalta el gol. Parece como si se abrieran las puertas del cielo, como si un rayo de luz iluminara el campo.

Tu respiras. Bueno, aunque no sea más que un empate, por lo menos es algo. Y en una de esas, un mal despeje de la defensa y va a parar al delantero que no había hecho nada en todo el tiempo pero que en este momento tiene su punto de genialidad y se planta de frente al portero de la otra portería.

"Lo mete, lo mete, lo va a meter, ¿lo va a meter? No, no la mete, ¿no?" No sé cómo lo hace que saca una rabona y cuando ya crees que todo va a ir al traste, ¡¡¡gooooooool!!!

Y sonríes, y saltas, y levantas los brazos y das un beso al que tienes al lado, y gritas "DIOS EXISTEEEEEE". Casi tienes ganas de llorar. Es genial. Todo se vuelve de colores. Las nubes se van corriendo. La cerveza que estabas tomando sabe a agua bendita. Las pipas ocupan toda la mesa y tu te enciendes un cigarro como si hubieras hecho el amor con la tía más buena del mundo.

Ver un partido del Atlético es sufrir, si. Pero es también masticar el polvo y saborear la gloria. Es... Dios, no hay palabras.

sábado, 6 de marzo de 2010

GRABADOS

Dice una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto
y en un determinado punto del viaje discutieron,
y uno le dió una bofetada al otro.

El otro, ofendido, sin nada qué decir, escribió en la arena:
HOY, MI MEJOR AMIGO ME PEGO UNA BOFETADA EN EL ROSTRO.

Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse.
El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse,
siendo salvado por el amigo.
Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra:

HOY, MI MEJOR AMIGO ME SALVÓ LA VIDA.

Intrigado, el amigo preguntó:
"¿Por qué después que te lastimé, escribiste en la arena
y ahora escribes en una piedra
?"

Sonriendo, el otro amigo respondió:
Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos escribir en la arena
donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo;
por otro lado cuando nos pase algo grandioso,
deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón
donde viento ninguno en todo el mundo podrá borrarlo
”.


Se necesita sólo de un minuto para que te fijes en alguien;
una hora para que te guste; un día para quererlo;
pero se necesita de toda una vida para que lo puedas olvidar
”.


miércoles, 24 de febrero de 2010

UN POCO DE LECTURA

Hacía ya un tiempo que no escribía, y sentía que algo se me había olvidado. Por eso ahora cuando he visto que tengo "visitas", quiero ponerme a escribir.

Pero, ¿qué hace falta para escribir?

Bueno, yo creo que para empezar a escribir hay que tener en mente una historia. Puede que sea cierta o inventada, pero una historia que cuente algo. Lo que sea. Algo que al lector le interese o le recuerde situaciones que él también las pueda revivir. Porque contar historias es como revivir en cierto modo, otro momento, otro lugar y otros protagonistas.

Hoy los protagonistas serán,... serán,... jajaj, qué suspense ¿eh? Dejemos que el azar nos vaya dictando las normas y no nos ciñamos a un guión.

Veremos qué sale de todo este galimatías.


"La ciudad. Es vieja y pequeña. De las de antes. De esas que tienen su catedral, su monumento romano, sus incontables iglesias,... ¡Ah! Se me olvidaba, solo hay una calle principal, de la cual salen las aledañas y suelen ser muchísimo más estrechas.

Es en esta calle donde la vida cobra sentido. Desde la mañana, hasta que vuelve a amanecer, los habitantes surgen como ratas en busca de su comida, sus trabajos y sus chismes.

Muchas de estas personas son ancianas y ancianos que no tienen nada qué hacer. O si, porque de todo se cansa uno. Hasta de vivir, como diría la abuela de uno de los vecinos la cual no se levanta de la cama ni a comer.

Pero hoy la noticia es cómo acabar con la crisis y, como diría alguien, no morir en el intento.

Tenemos de frente a nosotros, sentados en el banco de la caferería que hay a mitad de camino, a los cuatro viejecetes de turno. Piensan que son dueños y señores del conocimiento y de la sapiencia. Se creen los reyes del barrio y cuando pasa alguna chavala, jajaja, la miran sin pestañear.

- ¿Quién tuviera cincuenta años menos?
- Jajaj, seguro que ésa que está pasando, los tiene.

Nadie se fija en ellos. Hay chicos que corren tras de un balón. Claro, como por aquí no pueden pasar los coches... Es una calle peatonal. Ya lleva diez o quince años que no dejan pasar a ningún vehículo, a no ser los del reparto, y esos sólo lo pueden hacer de ocho a diez de la mañana. Bueno, y luego están las ambulancias y los policías, que pueden circular a cualquier hora.

Pero los conductores más habituales que se pueden ver, son las viejecitas que llevan su carrito de la compra como si llevaran un perrito de paseo. Eeeh, que también las hay. Me refiero que también las hay que llevan su perrito. Si, porque los de los haskis y los dovermann, suelen ser los chavales del instituto, o algún que otro dandi recién salido del ayuntamiento y para que nadie le parta la cara se lleva al perro. O el perro le lleva a él porque parece como si le arrastrara.

Siempre hay algún mendigo pidiendo. Y cuadrillas de gitanos y gitanas. Los gitanos con sus anillos de oro, sus relojes de oro, sus dientes de oro, y sus pelos ensortijados y recién lamidos de gomina. Casi siempre vestidos de oscuro. Y el bigotillo por encima de los labios y recortado por debajo de la nariz. Las gitanas con faldas amplias, como mantas, con fajo, refajo y contrafajo. Desgreñadas como si hubieran acabado de regatear en algún comercio con el dependiente para sacarle un par de cartones de leche y unas rosquillas. Cuando las veo, están regañando.

- Pues mi "cachús" ma decido qui va vendé el macho...

(Alargando las vocales tildadas).

- Pues cuando lo venda, me va comprá un abrigo de piele de sorro.

(Echando la cabeza para atrás y resaltando el escote)..."



En fin, creo que con esto queda un poco saciado el apetito por escribir. Otro día les cuento otra cosa. Por hoy ya vale.

sábado, 13 de febrero de 2010

POR ENCIMA DE LAS MONTAÑAS

No hacen falta palabras, solo ver las imágenes...

Cineflex - Norwegian sunrise from Leif Holand on Vimeo.

viernes, 1 de enero de 2010

EL GIGANTE EGOÍSTA (Traducción mía del cuento de Oscar Wilde)

Cada tarde, cuando venían de la escuela, los niños iban a jugar al jardín del castillo del Gigante.
Era un jardín gigantesco y hermoso, con una suave hierba. Crecían flores aquí y allá como si fueran estrellas. Había doce perales – en la primavera brotaban primorosas flores rosas y blancas. En el otoño daban riquísima fruta. Los pájaros se posaban en los árboles y cantaban dulcemente.

Un día, después de siete años, el Gigante volvió a su castillo. Cuando llegó, vio a los niños jugando en el jardín. Los más altos apenas le llegaban a media pierna. El Gigante era muy grande. Para los niños, parecía tan alto como el cielo.

“¿Qué estáis haciendo aquí?” gritó con voz enfadada.

“Mi jardín es mi jardín,” dijo el Gigante, “y nadie jugará en él excepto yo.” Los niños salieron corriendo.

Construyó un muro muy alto alrededor del jardín y colgó un gran cartel:

¡Aléjense de este jardín!

El Gigante solo pensaba en sí mismo. Él, él, él.

Ahora los niños no tenían ningún sitio para jugar.

“El Gigante es muy egoísta,” dijeron. Intentaron jugar en el camino, pero se llenaban de polvo y había muchas piedras. Allí no querían jugar.

Entonces llegó la Primavera, y todo el campo se llenó de flores y pajaritos. Únicamente el jardín del Gigante Egoísta seguía estando en invierno. Los pájaros no cantaban en él y los árboles no echaban hojas, y todo era porque no había niños. Una vez, una flor preciosa asomó su cabeza fuera del césped, pero en cuanto vio el cartel, volvió a enterrarse en el suelo y se puso a dormir.
Los únicos que estaban felices eran la Nieve y la Escarcha.

“La Primavera se ha olvidado de este jardín,” dijeron, “de manera que podremos vivir en él todo el año.”

La Nieve cubrió la hierba con su manto blanco, y la Escarcha coloreó todos los árboles de plata. Luego le pidieron al Viento del Norte que viniera y se quedara con ellos. Estuvo todo el día dando vueltas por el frío jardín.

“Qué lugar más encantador,” dijo. “Tendríamos que pedir a la Lluvia que nos viniera a visitar.”
Así que la Lluvia vino. Todos los días durante tres horas, él daba golpes sobre el tejado el castillo hasta casi derribarlo. Luego se ponía a correr por el jardín tan rápido como podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.

“No entiendo como la Primavera tarda tanto en venir,” dijo el Gigante Egoísta mientras miraba su jardín blanco y frío.
Pero la Primavera nunca llegó, ni tampoco el Verano. El Otoño convertía en oro la fruta de cada jardín, pero en el del Gigante ninguna. Así que siempre era Invierno allí, y el Viento del Norte, la Lluvia, la Escarcha y la Nieve bailaban a sus anchas por entre los árboles.

Una mañana, el Gigante estaba tumbado en la cama cuando oyó una música celestial. Era realmente un jilguero que estaba fuera de su ventana. Pero para él era la más preciosa música del mundo.

Entonces la Lluvia dejó de bailar con su cabeza y el Viento del Norte dejó de soplar. Un aroma encantador entró por la ventana del dormitorio.

“Creo que la Primavera por fin ha venido,” dijo el Gigante; y saltó de un brinco de la cama y se puso a mirar fuera.

¿Y qué es lo que vio?

Vio la más maravillosa de las vistas. Los niños estaban subidos en las ramas de los árboles. En cada árbol había un chiquitín. Los árboles volvían a estar llenos de flores, y balanceaban sus ramas de lado a lado con suavidad sobre las cabezas de los niños. Los pájaros volaban y cantaban de felicidad. Las flores se podían ver entre el verde césped y sonreían.

Pero en una esquina del jardín todavía continuaba el invierno. En aquella parte del jardín un chavalito estaba de pie. Era pequeño, tanto que no alcanzaba a las ramas del árbol. Daba vueltas alrededor del árbol llorando. El pobre árbol seguía cubierto de nieve y escarcha, y el Viento del Norte soplaba alrededor.

“Sube, chiquitajo,” dijo el árbol, y doblaba sus ramas lo más bajo que podía; pero el niño era demasiado pequeño.

Y el duro corazón del Gigante se enterneció cuando miró.

“¡He estado pensando solo en mí! Ahora entiendo porque la Primavera no quería venir aquí. Era porque he sido un egoísta.”

Bajó rápidamente las escaleras y abrió la puerta de la entrada de su castillo muy despacito. Se dirigió hacia el jardín. Pero los niños le vieron y se fueron espantados. El jardín volvió al invierno otra vez.

Solamente el chiquitín no corrió. Estaba llorando y no vio al Gigante venir. El Gigante se puso detrás de él rápidamente y le subió con suavidad en su grandiosa mano. Le puso sobre el árbol.
Al momento el árbol se llenó de flores y vinieron y cantaron los pájaros sobre él. El chico levantó sus dos brazos y los echó sobre el cuello del Gigante y le besó.

Durante un rato los otros niños miraban en silencio. Luego volvieron corriendo al jardín. Y la Primavera volvió con ellos.

“Ahora también es tu jardín, chiquitajo,” dijo el Gigante, y se puso a derribar el muro que rodeaba el jardín.

Los niños jugaron todo el día en el jardín y a la noche le dijeron adiós al Gigante.

“¿Pero dónde está vuestro amigo el pequeñajo?” preguntó: “¿El chico que subí al árbol?”

Le quería tanto porque él le había dado un beso al Gigante.

“No sabemos,” respondieron los niños, “se ha ido.”

“Decidle que venga con toda confianza mañana,” dijo el Gigante.

Pero los niños dijeron que no sabían dónde vivía. El Gigante se puso muy triste.

Cada tarde después de la escuela los niños venían y jugaban con el Gigante. Pero el chiquitín que tanto amaba el Gigante nunca más le volvió a ver.

Pasaron los años y el Gigante se hizo viejo y débil. No podía jugar mucho tiempo, así que se sentaba en su gran sillón. Miraba su jardín y veía jugar a los niños.

“Tengo flores maravillosas,” dijo, “pero vosotros los niños sois las mejores de todas.”

Una mañana de invierno miró por su ventana. Ya no odiaba al Invierno. Sabía que la Primavera estaba únicamente dormida – las flores descansaban.

De repente vio algo extraño. En una esquina del jardín había un árbol. Estaba cubierto de primorosas flores blanquecinas. De sus ramas colgaba fruta dorada y de plata.

El chiquitín que tanto amaba el Gigante estaba de pie bajo el árbol. El Gigante bajó corriendo las escaleras y salió al jardín. Atravesó el césped y cuando estaba cerca del chico dijo, “¿Quién te ha hecho daño?”

En cada una de las manos del chico había un agujero. Y en cada pie también.

El Gigante miró de arriba abajo al chiquitín y gritó, “¿Quién se ha atrevido a herirte? Dímelo y le atravesaré con mi espada.”

“¡No!” respondió el pequeñajo, “estas son las marcas del Amor.”

“¿Quién eres?” gritó el Gigante, inclinándose delante del crío.

El niño le sonrió al Gigante. Y le dijo, “Tu me dejaste jugar en tu jardín. Hoy vendrás conmigo y jugarás en el mío, allá arriba, en el cielo.”

Los niños entraron corriendo en el jardín aquella tarde. Ellos encontraron al Gigante tendido muerto bajo el árbol, todo él cubierto de blancas flores.

FIN

¿DE DÓNDE ERES?