LA PUERTA
Desde pequeño ya me daba miedo.
Cada vez que tenía que ir a ayudar a mi madre con la comida de los animales, me entraba un escalofrío por la espalda que no me dejaba mirar más que al frente.
Y es que había una puerta, justo antes de las cuadras de los cerdos y las gallinas, que no soportaba ver abierta. Porque la habitación que había dentro desprendía como voces. Si, si, como si un aliento saliera de ella y me llamara.
Cuando me fui a vivir a la ciudad se me olvidaron los miedos que tenía entonces de niño. Pero hoy, quise volver a la casa de mis padres. Por recordar un poco aquellos años cuando todos mis hermanos recorrían los pasillos, nos escondíamos bajo las camas, gritábamos a mi madre por las zapatillas con la correspondiente respuesta: "Tu sabrás dónde las pusistes", jajaj... las muñecas de mis hermanas, el balón de fútbol de mi hermano, el dibujo que le hice a mi abuelo,...
Son tantos recuerdos que casi se me olvidaba el miedo que me entraba cada vez que tenía que pasar cerca de aquella puerta al lado del corral.
Hoy, al volver a la casa, quise enfrentarme a ese terror.
La puerta estaba cerrada. Quise abrirla. Imposible. Era como si la madera hubiera crecido y se hubiera quedado empotrada contra los marcos. Y eso que lo intenté varias veces. Y no soy un hombre debilucho. Pero nada. No había forma.
Me giré. Di la vuelta derrotado y satisfecho por el esfuerzo. Era como si se hubieran enterrado tras aquella puerta los sueños y las pesadillas que tuve de niño. En fin,...
Entré de nuevo en la casa y al mirar por la ventana del corral, el corazón me dio un brinco... LA PUERTA SE ABRIÓ SOLA.
COMUNERO